domingo, 23 de marzo de 2014

Camuflada en nuestro lenguaje, se encuentra un arma social llamada persuasión


El lenguaje es la herramienta por la cual nos comunicamos y estructuramos nuestras experiencias del mundo, siendo imposible remontarnos a conceptos anteriores al lenguaje porque caeríamos en un vacío. El hecho de dividir lingüísticamente el mundo en dos partes formadas por el concepto y su referente externo, significante y significado, conlleva implicaciones sociales que ciegan la existencia de una cultura y un momento histórico que sostienen esos postulados.  En  esta perspectiva, el objetivo con que se plantea la incorporación del análisis del discurso como herramienta para la psicología social es “obtener un mejor entendimiento de la vida social y de la interacción social  a través del estudio de textos sociales”. Es decir, quieren proponer enfoques metodológicos poniendo énfasis en el discurso como vehículo a través del cual el yo, y el mundo se articulan, y cuál es en el funcionamiento del  discurso que recae sobre las interacciones sociales. Keneth Gergen propone que se  preste atención a las consecuencias que diferentes formas de discurso tienen en nuestras prácticas cotidianas e intelectuales. La propuesta de Gergen es muy interesante, ya que nos invita a pensar sobre las prácticas en las que como psicólogos,  sociólogos o psicólogos sociales estamos implicados, sobre la naturaleza histórica  de nuestro conocimiento, sobre nuestras concepciones sobre la verdad y la  objetividad implicadas en nuestros métodos y técnicas de investigación. Sin esto, se corre el riesgo de convertir la psicología social en un conocimiento técnico,  pero despojado de su carácter reflexivo y crítico.

En este post, quiero centrarme en la idea sobre cómo los discursos pueden tener ciertas consecuencias sociales, pero basándome tan solo en dos conceptos: poder y persuasión. La definición de poder, según Foucault,  se entiende como  la multiplicidad de relaciones de fuerza inmainentes a un determinado dominio en el que se ejerce, un juego entablado por las relaciones de fuerza que luchan, se transforman y se cristalizan en las instituciones. No existen en sí una  posesión del poder, sino un ejercicio de éste,  donde a su vez se supone siempre una resistencia proveniente de una posición tanto exterior como inferior al poder mismo. Es decir, se inicia un juego a través del lenguaje, entre el que se deja dominar y el que domina, pero si nos salimos del juego, no queda ningún ejercicio del poder propiamente dicho.  A pesar de una creencia contraria, la persuasión también es un juego de poder. La diferencia entre la percepción de ambos conceptos, estriba en otro concepto, “la voluntad”. Para la mayoría, la persuasión es una forma de explicar o argumentar algo de forma que la otra persona termine llevando a cabo sus actos de forma voluntaria, pero caemos automáticamente en la trampa del lenguaje. Realmente, es preocupante, ya que en nuestra sociedad moralista y rebosante de ética, no está bien visto que se “obligue” a nadie a hacer nada que no quiera. Y yo me pregunto, ¿No sigue siendo igual? Los señores feudales actuales, han inventado nuevas técnicas para que hagamos voluntariamente lo que ellos quieran. ¿Cómo? La persuasión se signa por medio de varios senderos con el objetivo de encapotar a la población a través de,  la publicidad, la propaganda política y las diversas fuentes de socialización, es decir, manipulando la forma en que los individuos interpretan su entorno. En ese proceso socializante, las personas van empapándose de esos valores, ideologías e imágenes sobre el entorno y sobre uno mismo, participando camufladas en el ejercicio del poder que suponen las persuasiones mediáticas. Además, los medios de comunicación publican la información que les parece pertinente que tengamos que saber, los mensajes subliminales que no se mencionan  están por todas partes, discursos esperanzadores de España va bien o de que la crisis remite, afectan a nuestras percepciones sobre nuestro entorno. Estos hechos, con un poco de distracción, forman el cóctel perfecto, llamado poder, o bueno no, perdón, persuasión. ¿Por qué se toma la cúpula de cristal tantas molestias en “convencer” al pueblo? La explicación podría ser, entre otras, que el poder se aplica directamente, sabes que están ejerciendo un control sobre ti y eso puede provocar rebeldía, pero la persuasión, se camufla, provocando confusión, siendo la pincelada perfecta para terminar de darle sentido a este cuadro social tan paradójico. Así podría ser una explicación, la sumisión social. No obstante, las personas empleamos la persuasión en muchas ocasiones, y a veces forma parte del juego de a ver quién ejerce poder sobre quién, por ello, las personas también somos el ejemplo de lo que nos gobierna, llegando a la misma encrucijada. La pregunta, por tanto, es: ¿Podemos realmente cambiar la sociedad si la población que tanto atiza a  los regentes transmite los mismos valores? ¿Estamos intoxicados por ellos y nos intoxicamos entre nosotros, formando un círculo del cual es imposible salir? 

 



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