lunes, 19 de mayo de 2014

El espectáculo que consumió el amor

La sociedad actual está enmarcada en un sistema que es inducido principalmente por el consumo, siendo este el eje central a través del cual se mueven los individuos. Partiendo de esta base, la primera cuestión que pretendo desempolvar es  por qué el consumo se ha convertido en algo tan fundamental para las personas.  Primeramente, se podría decir que nos encontramos ante un casino social donde los jugadores pagan sus fichas para obtener un beneficio, pensando que este les otorgará un poder que se engrandece a medida que transcurre el juego; el problema es que, como en un casino, la banca siempre gana. El verdadero poder se esconde detrás de las fichas y los señores de guante blanco se encargan de que los jugadores crean en él moviendo sus hilos escondidos. Es decir, estos inventan un sistema llamativo cargado de connotaciones que se tergiversan en el ámbito personal a través de la educación, y así hacer posible una asociación entre un objeto y el sentimiento que este pueda proyectar, convirtiéndose lo material en algo más allá de su utilidad directa. Esta realidad creada es la guinda perfecta para perpetuar el movimiento de la ruleta,  donde el dinero se convierte en la estrella de la fiesta.

Tras esta primera reflexión, planteo la siguiente: si las emociones que nos transmiten los objetos son un reflejo aprendido por la sociedad, ¿en qué lugar queda la adquisición del objeto y el materialismo? Es más, ¿sería posible que la posesión del objeto con sus emociones aprendidas socialmente se extrapole a los individuos?; es decir, ¿es posible que los sentimientos que en ocasiones tengamos hacia otras personas partan de una base posesiva de adquisición como si fueran objetos, y esto a su vez también sea aprendido por la sociedad?  Por tanto, ¿sería posible que la posesión de las personas fuera algo aprendido que además en muchas ocasiones está asociado con un sentimiento amoroso? Analizando la situación, al igual que nos venden un BMW de una forma idílica y perfecta como el coche más potente del mercado, con las mejores ventajas y acentuando por supuesto que la adquisición del mismo mejorará nuestra forma de vida notablemente, también nos venden los sentimientos a través de los medios de comunicación. 

El amor en nuestra sociedad actual viene prescrito por una serie de formas de sentir que configuran finalmente este sentimiento; por tanto, si pudiésemos salirnos de las pautas marcadas, ¿se podría dar de otra forma? La mayoría pensarán que no, ya que no nos podemos imaginar lo que no existe, e incluso caer en la imaginación de otra posibilidad viene determinado por la realidad autoimpuesta cayendo de nuevo en un punto parecido. Es mas, es curioso que esta realidad se siga perpetuando a pesar del progreso y, ciertos patrones nunca cambien como decía Olafur Eliasson[1]“Estamos siendo testigos de un cambio en la relación tradicional entre realidad y representación. Ya no evolucionamos del modelo a la realidad, sino del modelo al modelo y por tanto, más que considerar el modelo y la realidad como modalidades polarizadas, ahora funcionan al mismo nivel y finalmente, los simulacros han pasado a ser coproductores de la realidad". Por tanto, no se produce un avance real porque no genera ningún interés hacia la sociedad de consumo, y esta tiene mejores planes e intereses donde las relaciones afectivas son el objeto sobre el cual se aplica la lógica del consumo y, como si de un mercado se tratará, se trafica con los beneficios, ventajas y desventajas, donde el objetivo final es la compra del objeto amoroso, derivando finalmente en el sentido de posesión. Podemos sumar a este plato tan bien cocinado tres ingredientes importantes: por un lado, la transmisión de ciertos valores en las relaciones afectivas que vienen dadas, como he mencionado anteriormente, a través de los medios de comunicación; por otro lado, las personas ya tienen una serie de creencias arraigadas y contribuyen a la perpetuación para que siga girando la rueda, ya que no se tienen intenciones de esforzarse para cambiar el cristal por el que se mira; y, finalmente, esto queda representado a través del lenguaje. Por ejemplo, tuyo es un pronombre posesivo generado desde una conciencia egocéntrica; cuando esta se expande en el amor queda la finalidad de consciencia como unidad y el pronombre se diluye en el no-nombre y se transforma en el tu-yo, amor en uno. 

Estas formas de lenguaje, transformadas en pensamientos y valores, nos llevan a formar una realidad y formas de sentir por las que actuamos y en las que nos hacemos carceleros de nuestro propio ser, sin reflexionar o dar atisbo a otras posibilidades más sencillas que aunque no nos lleven a una libertad completa, ya que la libertad siempre se encuentra enmarcada, quizás se podría adoptar una naturaleza que ha pasado al “olvido” por dejarnos consumir por el consumo, y quizás nos llevaría a una cercanía de un sentimiento de bienestar, de dejar fluir, de la práctica del aquí y ahora, que estuviera basado en un desalojo interior donde se obtuviera el compartir, empatía, solidaridad, práctica del silencio, confianza y dejar ser. Estas palabras son hermosas y se han ido anulando en nuestra sociedad. ¿Por qué? Las personas se diluyen cuando son liberadas de sus objetos, al igual que los objetos cuando son liberados de las personas. El sujeto desaparece tras el objeto; el objeto se desvanece con el sujeto. El sujeto se calma en cuanto cesa el objeto; el objeto cesa en cuando el sujeto se calma. El objeto es objeto por el sujeto; el sujeto es sujeto por el objeto. El no-ser que somos no conoce fragmentaciones; los discursos o las ideologías son las que dividen, fabricando dualidades, dicotomías y subjetividades. Por tanto, se podría decir que el sujeto y el objeto no existen necesariamente de ningún modo previsto, que los justificamos por el arraigo del “yo”. Así pues, cada uno, sujeto y objeto, contienen en sí todos los opuestos, la totalidad absoluta de las cosas, y al final vivimos y somos sin sujeto ni objeto, pero sin que nos dejen ser conscientes de ello, tapándolo con otra realidad alternativa que pasa a ser nuestra realidad autoimpuesta, atrapándonos de muchas maneras sutiles y haciéndonos olvidar lo que podemos ser, nuestra libertad para poder ser de otros modos. Al final, intentamos encontrar la luz por el camino y se nos olvidó que nos quedamos ciegos.




[1] Estamos siendo testigos de un cambio en la relación tradicional entre realidad y representación. Ya no evolucionamos del modelo a la realidad, sino del modelo al modelo, al tiempo que reconocemos que, en realidad, ambos modelos son reales. En consecuencia, podemos trabajar de un modo muy productivo con la realidad experimentada como un conglomerado de modelos. Más que considerar el modelo y la realidad como modalidades polarizadas, ahora funcionan al mismo nivel. Los modelos han pasado a ser coproductores de realidad.'




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