La sociedad actual está enmarcada en un sistema que es inducido
principalmente por el consumo, siendo este el eje central a través del cual se
mueven los individuos. Partiendo de esta base, la primera cuestión que pretendo
desempolvar es por qué el consumo se ha
convertido en algo tan fundamental para las personas. Primeramente, se podría decir que nos
encontramos ante un casino social donde los jugadores pagan sus fichas para
obtener un beneficio, pensando que este les otorgará un poder que se engrandece
a medida que transcurre el juego; el problema es que, como en un casino, la
banca siempre gana. El verdadero poder se esconde detrás de las fichas y los
señores de guante blanco se encargan de que los jugadores crean en él moviendo
sus hilos escondidos. Es decir, estos inventan un sistema llamativo cargado de
connotaciones que se tergiversan en el ámbito personal a través de la educación,
y así hacer posible una asociación entre un objeto y el sentimiento que este
pueda proyectar, convirtiéndose lo material en algo más allá de su utilidad
directa. Esta realidad creada es la guinda perfecta para perpetuar el
movimiento de la ruleta, donde el dinero
se convierte en la estrella de la fiesta.
Tras esta primera reflexión, planteo la siguiente: si las
emociones que nos transmiten los objetos son un reflejo aprendido por la
sociedad, ¿en qué lugar queda la adquisición del objeto y el materialismo? Es
más, ¿sería posible que la posesión del objeto con sus emociones aprendidas
socialmente se extrapole a los individuos?; es decir, ¿es posible que los
sentimientos que en ocasiones tengamos hacia otras personas partan de una base
posesiva de adquisición como si fueran objetos, y esto a su vez también sea
aprendido por la sociedad? Por tanto,
¿sería posible que la posesión de las personas fuera algo aprendido que además
en muchas ocasiones está asociado con un sentimiento amoroso? Analizando la
situación, al igual que nos venden un BMW de una forma idílica y perfecta como
el coche más potente del mercado, con las mejores ventajas y acentuando por
supuesto que la adquisición del mismo mejorará nuestra forma de vida
notablemente, también nos venden los sentimientos a través de los medios de
comunicación.
El amor en nuestra sociedad actual viene prescrito por una serie de formas de sentir que configuran finalmente este sentimiento; por tanto, si pudiésemos salirnos de las pautas marcadas, ¿se podría dar de otra forma? La mayoría pensarán que no, ya que no nos podemos imaginar lo que no existe, e incluso caer en la imaginación de otra posibilidad viene determinado por la realidad autoimpuesta cayendo de nuevo en un punto parecido. Es mas, es curioso que esta realidad se siga perpetuando a pesar del progreso y, ciertos patrones nunca cambien como decía Olafur Eliasson[1]: “Estamos siendo testigos de un cambio en la relación tradicional entre realidad y representación. Ya no evolucionamos del modelo a la realidad, sino del modelo al modelo y por tanto, más que considerar el modelo y la realidad como modalidades polarizadas, ahora funcionan al mismo nivel y finalmente, los simulacros han pasado a ser coproductores de la realidad". Por tanto, no se produce un avance real porque no genera ningún interés hacia la sociedad de consumo, y esta tiene mejores planes e intereses donde las relaciones afectivas son el objeto sobre el cual se aplica la lógica del consumo y, como si de un mercado se tratará, se trafica con los beneficios, ventajas y desventajas, donde el objetivo final es la compra del objeto amoroso, derivando finalmente en el sentido de posesión. Podemos sumar a este plato tan bien cocinado tres ingredientes importantes: por un lado, la transmisión de ciertos valores en las relaciones afectivas que vienen dadas, como he mencionado anteriormente, a través de los medios de comunicación; por otro lado, las personas ya tienen una serie de creencias arraigadas y contribuyen a la perpetuación para que siga girando la rueda, ya que no se tienen intenciones de esforzarse para cambiar el cristal por el que se mira; y, finalmente, esto queda representado a través del lenguaje. Por ejemplo, tuyo es un pronombre posesivo generado desde una conciencia egocéntrica; cuando esta se expande en el amor queda la finalidad de consciencia como unidad y el pronombre se diluye en el no-nombre y se transforma en el tu-yo, amor en uno.
El amor en nuestra sociedad actual viene prescrito por una serie de formas de sentir que configuran finalmente este sentimiento; por tanto, si pudiésemos salirnos de las pautas marcadas, ¿se podría dar de otra forma? La mayoría pensarán que no, ya que no nos podemos imaginar lo que no existe, e incluso caer en la imaginación de otra posibilidad viene determinado por la realidad autoimpuesta cayendo de nuevo en un punto parecido. Es mas, es curioso que esta realidad se siga perpetuando a pesar del progreso y, ciertos patrones nunca cambien como decía Olafur Eliasson[1]: “Estamos siendo testigos de un cambio en la relación tradicional entre realidad y representación. Ya no evolucionamos del modelo a la realidad, sino del modelo al modelo y por tanto, más que considerar el modelo y la realidad como modalidades polarizadas, ahora funcionan al mismo nivel y finalmente, los simulacros han pasado a ser coproductores de la realidad". Por tanto, no se produce un avance real porque no genera ningún interés hacia la sociedad de consumo, y esta tiene mejores planes e intereses donde las relaciones afectivas son el objeto sobre el cual se aplica la lógica del consumo y, como si de un mercado se tratará, se trafica con los beneficios, ventajas y desventajas, donde el objetivo final es la compra del objeto amoroso, derivando finalmente en el sentido de posesión. Podemos sumar a este plato tan bien cocinado tres ingredientes importantes: por un lado, la transmisión de ciertos valores en las relaciones afectivas que vienen dadas, como he mencionado anteriormente, a través de los medios de comunicación; por otro lado, las personas ya tienen una serie de creencias arraigadas y contribuyen a la perpetuación para que siga girando la rueda, ya que no se tienen intenciones de esforzarse para cambiar el cristal por el que se mira; y, finalmente, esto queda representado a través del lenguaje. Por ejemplo, tuyo es un pronombre posesivo generado desde una conciencia egocéntrica; cuando esta se expande en el amor queda la finalidad de consciencia como unidad y el pronombre se diluye en el no-nombre y se transforma en el tu-yo, amor en uno.
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